Cualquier observador serio de la Creación del mundo, independientemente de la forma en que a ella se acerque, desde lo material o desde lo espiritual, siente la presencia de un misterio inefable en todos los fenómenos. Pero sólo un espíritu sano será capaz de orientarse correctamente y proporcionar una interpretación adecuada al enigmático misterio del cosmos. La experiencia hace que el espíritu humano sano, por el contacto con las cosas perceptibles y nocionales, sea conducido directamente al anhelo de lo infinito, lo eterno, lo absoluto y deduce que la base y la finalidad de todo es la "vida eterna".
En su proclividad a lo absoluto, el espíritu humano centra todos sus esfuerzos en la domesticación de lo finito, lo mortal, lo perecedero y, en general, a la eliminación de la muerte misma. Si examinamos la historia de la vida humana desde el inicio del tiempo, veremos que el objetivo de la humanidad, a través de sus religiones, sus filosofías o sus civilizaciones siempre ha sido la derrota de la mortalidad y la muerte, que es la única característica extraña e incongruente que impide que la vida sea verdaderamente completa.
Pero ¿de dónde vienen esta nostalgia y esta proclividad hacia una fuente infinita en el espíritu humano? ¿Qué es lo que empuja al pensamiento humano hacia la contemplación de lo absoluto? Si fuera simplemente una superstición propia de gente sencilla y sin educación, sin alcanzar a los intelectuales y las autoridades, no constituiría mayor problema, sin embargo, sabemos que también es de gran interés para ellos. Tampoco podrían los conceptos de eternidad y lo absoluto habernos sido impuestos por parte de la materia externa ni por mecanismos de nuestro cuerpo, ya que tanto la materia como el cuerpo son transitorios.
La única explicación es que nuestro deseo y proclividad a lo absoluto, a la eternidad y a la vida, se encuentra dentro de la existencia del espíritu humano, dentro de nuestra naturaleza espiritual, y que es un elemento básico de nuestro ser. Por esta razón, el deseo de lo absoluto y de la inmortalidad no podía dejar de ser nuestra única sed metafísica duradera. Pero ¿no nos enseñan las reglas naturales de los seres que lo similar busca lo similar y que solo ello es capaz de transmitir lo que posee? Así que la inmortalidad y la vida eterna sólo pueden ser transmitidos por Aquel que es la Vida misma. Todo esto no es más que la confirmación de las palabras de la Sagrada Escritura que nos revela las "razones" de la creación de los seres y, en particular, nuestra propia naturaleza, ya que, después de haber sido creados a la "imagen y semejanza" de la Vida Eterna, de un Dios Inmutable, Eterno e Inmortal, tenemos dentro de nosotros todas las características de una condición semejante a Dios.
Traducción libre de: http://pemptousia.com/2016/07/the-presence-of-an-inexpressible-mystery/