De la Atlántida a Rapa Nui.

domingo, 17 de julio de 2016

La presencia de un Misterio inefable.

Cualquier observador serio de la Creación del mundo, independientemente de la forma en que a ella se acerque, desde lo material o desde lo espiritual, siente la presencia de un misterio inefable en todos los fenómenos. Pero sólo un espíritu sano será capaz de orientarse correctamente y proporcionar una interpretación adecuada al enigmático misterio del cosmos. La experiencia hace que el espíritu humano sano, por el contacto con las cosas perceptibles y nocionales, sea conducido directamente al anhelo de lo infinito, lo eterno, lo absoluto y deduce que la base y la finalidad de todo es la "vida eterna".

En su proclividad a lo absoluto, el espíritu humano centra todos sus esfuerzos en la domesticación de lo finito, lo mortal, lo perecedero y, en general, a la eliminación de la muerte misma. Si examinamos la historia de la vida humana desde el inicio del tiempo, veremos que el objetivo de la humanidad, a través de sus religiones, sus filosofías o sus civilizaciones siempre ha sido la derrota de la mortalidad y la muerte, que es la única característica extraña e incongruente que impide que la vida sea verdaderamente completa.

Pero ¿de dónde vienen esta nostalgia y esta proclividad hacia una fuente infinita en el espíritu humano? ¿Qué es lo que empuja al pensamiento humano hacia la contemplación de lo absoluto? Si fuera simplemente una superstición propia de gente sencilla y sin educación, sin alcanzar a los intelectuales y las autoridades, no constituiría mayor problema, sin embargo, sabemos que también es de gran interés para ellos. Tampoco podrían los conceptos de eternidad y lo absoluto habernos sido impuestos por parte de la materia externa ni por mecanismos de nuestro cuerpo, ya que tanto la materia como el cuerpo son transitorios.

La única explicación es que nuestro deseo y proclividad a lo absoluto, a la eternidad y a la vida, se encuentra dentro de la existencia del espíritu humano, dentro de nuestra naturaleza espiritual, y que es un elemento básico de nuestro ser. Por esta razón, el deseo de lo absoluto y de la inmortalidad no podía dejar de ser nuestra única sed metafísica duradera. Pero ¿no nos enseñan las reglas naturales de los seres que lo similar busca lo similar y que solo ello es capaz de transmitir lo que posee? Así que la inmortalidad y la vida eterna sólo pueden ser transmitidos por Aquel que es la Vida misma. Todo esto no es más que la confirmación de las palabras de la Sagrada Escritura que nos revela las "razones" de la creación de los seres y, en particular, nuestra propia naturaleza, ya que, después de haber sido creados a la "imagen y semejanza" de la Vida Eterna, de un Dios Inmutable, Eterno e Inmortal, tenemos dentro de nosotros todas las características de una condición semejante a Dios.


Traducción libre de: http://pemptousia.com/2016/07/the-presence-of-an-inexpressible-mystery/

Santo o no, hoy la Iglesia Ortodoxa celebra la festividad de San Nicolás II, zar de todas las Rusias.

"Los sufrimientos de la familia imperial en el cautiverio, la humildad y resignación cristiana con que aceptaron su martirio, son una victoria de la fe de Cristo sobre el mal", dijeron los obispos ortodoxos rusos que canonizaron a Nicolás II, último zar de Rusia y a su familia, cobardemente asesinados por los bolcheviques en 1918. Cuando algún izquierdista u otro partidario del ateísmo nos diga que el problema del mundo es la religión (con lo que casi siempre se refieren al cristianismo, porque al islam no lo tocan), recordémosle que el ateísmo (y especialmente el de izquierda) tiene las manos manchadas con la sangre de millones de mártires cristianos de la Unión Soviética, Albania (donde también murieron musulmanes), Polonia, Alemania Oriental, China, Corea del Norte, etc, que prefirieron morir antes que renegar de su fe, y no en lejanas épocas medievales, sino hace menos de un siglo.

Es cierto, Nicolás II no tuvo una vida ejemplar (difícil tenerla cuando se posee tanto poder terrenal), pero no fue canonizado por ello, sino por su forma de muerte cruenta sin renegar de la fe. De los demás miembros de su familia nos queda el recuerdo de la zarina Alexandra que murió asesinada de un balazo en la boca inmediatamente después de hacer la señal de la cruz, un hecho que habla por sí solo.

Lo siguiente es por todos conocido: décadas de persecución de toda fe religiosa por parte de los antecesores ideológicos de esa izquierda que ahora se la quiere dar de "tolerante" pero que sigue siendo igual de anticristiana y totalitaria en cuanto tiene una mínima o máxima cuota de poder. La propaganda ideológica atea y materialista, la educación anticristiana y pretendidamente "científica" (ya sabemos que esa es una de las excusas del comunismo para querer re-implantarse en la actualidad) no llegaron a extinguir totalmente la fe cristiana en Rusia y Europa Oriental, pero sí causaron un grave vacío espiritual en las poblaciones de amplias regiones de Alemania, República Checa y los países bálticos, que fue rápidamente llenada (tras la caída del comunismo "a la antigua") por la ideología de género y otros nocivos relativismos engendrados por el marxismo cultural. Bien dicen que la hierba mala nunca muere.

Santo o no, su muerte nos sirve para reflexionar sobre si una dictadura atea es mucho mejor que un gobierno regido (así sea nominalmente o de forma imperfecta) por ideas cristianas. Una reflexión que se hace especialmente necesaria en el mundo actual, donde la dictadura "laica" (en realidad, anticristiana) de organismos como la ONU y la UE con la complicidad de líderes religiosos modernistas, se hace más patente que nunca.