De la Atlántida a Rapa Nui.

domingo, 17 de julio de 2016

Santo o no, hoy la Iglesia Ortodoxa celebra la festividad de San Nicolás II, zar de todas las Rusias.

"Los sufrimientos de la familia imperial en el cautiverio, la humildad y resignación cristiana con que aceptaron su martirio, son una victoria de la fe de Cristo sobre el mal", dijeron los obispos ortodoxos rusos que canonizaron a Nicolás II, último zar de Rusia y a su familia, cobardemente asesinados por los bolcheviques en 1918. Cuando algún izquierdista u otro partidario del ateísmo nos diga que el problema del mundo es la religión (con lo que casi siempre se refieren al cristianismo, porque al islam no lo tocan), recordémosle que el ateísmo (y especialmente el de izquierda) tiene las manos manchadas con la sangre de millones de mártires cristianos de la Unión Soviética, Albania (donde también murieron musulmanes), Polonia, Alemania Oriental, China, Corea del Norte, etc, que prefirieron morir antes que renegar de su fe, y no en lejanas épocas medievales, sino hace menos de un siglo.

Es cierto, Nicolás II no tuvo una vida ejemplar (difícil tenerla cuando se posee tanto poder terrenal), pero no fue canonizado por ello, sino por su forma de muerte cruenta sin renegar de la fe. De los demás miembros de su familia nos queda el recuerdo de la zarina Alexandra que murió asesinada de un balazo en la boca inmediatamente después de hacer la señal de la cruz, un hecho que habla por sí solo.

Lo siguiente es por todos conocido: décadas de persecución de toda fe religiosa por parte de los antecesores ideológicos de esa izquierda que ahora se la quiere dar de "tolerante" pero que sigue siendo igual de anticristiana y totalitaria en cuanto tiene una mínima o máxima cuota de poder. La propaganda ideológica atea y materialista, la educación anticristiana y pretendidamente "científica" (ya sabemos que esa es una de las excusas del comunismo para querer re-implantarse en la actualidad) no llegaron a extinguir totalmente la fe cristiana en Rusia y Europa Oriental, pero sí causaron un grave vacío espiritual en las poblaciones de amplias regiones de Alemania, República Checa y los países bálticos, que fue rápidamente llenada (tras la caída del comunismo "a la antigua") por la ideología de género y otros nocivos relativismos engendrados por el marxismo cultural. Bien dicen que la hierba mala nunca muere.

Santo o no, su muerte nos sirve para reflexionar sobre si una dictadura atea es mucho mejor que un gobierno regido (así sea nominalmente o de forma imperfecta) por ideas cristianas. Una reflexión que se hace especialmente necesaria en el mundo actual, donde la dictadura "laica" (en realidad, anticristiana) de organismos como la ONU y la UE con la complicidad de líderes religiosos modernistas, se hace más patente que nunca.

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