De la Atlántida a Rapa Nui.

lunes, 11 de agosto de 2014

Las equivocaciones de una piadosa veneración del cristianismo popular.

Cruz en la pared exterior de una iglesia colonial en la cuadra 2 del jirón Conde de Superunda, Cercado de Lima.
Analicemos el mensaje que acompaña a la pequeña cruz:

1. Cristo yacente no nos puede pedir nada, porque Cristo ya no yace. Él resucitó de entre los muertos, salió de la tumba y ascendió a los cielos. Actualmente está sentado a la derecha de Dios Padre y vendrá rodeado de Gloria el día del Juicio Final. Lo repito: Él no yace. Creerlo es desconocer lo más básico de nuestra fe y, de hecho, es negarla, es un insulto. Porque si Jesús no resucitó, nuestra fe es vana, como dijo Pablo de Tarso.

2. El cristiano no ama ni venera a ninguna cruz. Mucho menos a UNA cruz en específico. Eso es parte del pensamiento mágico (diferente del pensamiento religioso) propio de personas simples. La cruz representa y nos recuerda constantemente el sacrificio de Nuestro Señor, siendo por ello un símbolo valioso; pero no es un objeto mágico al que debamos rendir culto ni mucho menos amor, así como tampoco pedirle favores ni milagros. Cristo superó la cruz al vencer a la muerte y mientras la cruz del Gólgota se pudrió y quedó olvidada para siempre, Nuestro Señor VIVE y está espiritualmente presente cada vez que dos o más personas se hallan reunidas en su nombre, de forma tan real como les ocurrió a los discípulos de Emaús.

Por ello, la veneración a esa cruz, como a cualquier supuesta astilla de la cruz verdadera del Gólgota o a otros maderos (como la Cruz de Motupe) no hace otra cosa que concentrar nuestra fe en un objeto, desviándonos de la adoración total que le debemos a Dios.

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