De la Atlántida a Rapa Nui.

sábado, 17 de mayo de 2014

Jesús carpintero.

Yo lo sé. Muchas veces por maravillarnos y alabar el lado divino de Jesús de Nazaret, olvidamos el lado humano. Olvidamos que fue carpintero. Que también fue pescador. Que lloró cuando su amigo Lázaro falleció. Que obedeció a su madre cuando ésta le informó de la falta de vino en Caná.

¿Cuáles son las consecuencias de este olvido? Ocasiona que caigamos en la desesperación y el desánimo al perder de vista el hecho de que Jesús encarnó para devolvernos la Esperanza, pero también para conocer hasta sus últimas consecuencias la vida del ser humano. Ahora Él no solo nos ama, sino que también es capaz de ponerse en nuestro lugar, sufrir con nosotros en toda nuestra intensidad y en cualquier situación... pero, asimismo, invitándonos a resucitar con Él.

Él no necesitaba pasar por todo el sufrimiento que experimentó en la cruz, pero lo hizo por nosotros, para demostrarnos que la muerte no es el final ya que estamos destinados a resucitar y tener Vida Eterna. Cuando lo hizo pensaba en tí y en mí. Y en todos los que fueron, son o serán. El nos amó, nos ama y amándonos, nos enseñó a amarnos y a amar hasta el extremo.

Por eso me conmovió encontrar esta imagen de Jesús en medio de tablas, pinturas y jabones. No me pareció una falta de respeto (en realidad, no lo fue) sino un recordatorio de las labores del Jesús Humano, cuando su sonrisa llenaba de Vida en abundancia los corazones de cuantos lo escuchaban y compartían con Él sus quehaceres en esa bendecida Tierra de Israel que sintió sus pasos hace ya dos milenios.

¿Sientes sus pasos ahora, junto a cada paso que das?

¡Él es el mismo, ayer, hoy, siempre y por los siglos!

Búscalo en tu vida cotidiana y lo hallarás. Levanta un madero y allí está Él. Y también está presente cuando trabajas aquel madero, cuando pintas una pared o cuando estudias un libro, pero sobretodo, cuando imaginas, anhelas, oras, sueñas... y amas.

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